Apostamos por la caridad.
Ayúdanos a ayudar.
En la conocida parábola del Buen samaritano (Cf. Lc 10,
25-37), el Divino Maestro deja claro que el
prójimo -¡el próximo!- no es solamente el compatriota, sino todo hombre, sin
límite de raza ni religión. No es quien más lo merece, sino quien más necesita
de nosotros. No son las personas que escogemos, sino las que el Señor pone cada
momento en nuestras vidas. No son sólo los seres queridos, a
los que de hecho nos hallamos cercanos, es todo hombre con el que nos crucemos.
Es a este ser humano concreto, al que debemos acoger y
socorrer como hermano.